Asunción. Desde los albores de la civilización, la pugna por el poder hegemónico ha sido una constante histórica. Las civilizaciones han procurado mantener su dominio en precarios equilibrios, interrumpidos únicamente por la emergencia de imperios que, mediante la fuerza, imponían su influencia y traían consigo períodos de relativa paz y prosperidad.
Cada imperio ha buscado mantener su supremacía con estrategias distintas: Roma con infraestructura y leyes; el Imperio Británico con instituciones y acceso a mercados; el Imperio Español con evangelización, mestizaje y un entramado legal colonial. Pero todos compartían un mismo objetivo: sostener su dominio.
Hoy, la escena global presenta una nueva rivalidad con ecos imperiales: Estados Unidos y la República Popular China compiten por la primacía geopolítica mundial. Esta disputa tiene implicancias directas para países como Paraguay, que deben elegir con qué modelo de poder alinearse.
Estados Unidos, pese a sus errores en política exterior, representa un esquema sustentado en valores democráticos: respeto a los derechos humanos, transparencia, Estado de derecho y lucha contra el crimen organizado. Aunque estas alianzas no siempre generan beneficios inmediatos ni garantizan mercados abiertos, han dado frutos históricos. Desde el laudo favorable del presidente Rutherford B. Hayes en la disputa del Chaco, hasta el reconocimiento de la independencia paraguaya desde 1851 y la cooperación institucional en tiempos democráticos.
Por el contrario, el régimen chino mantiene un sistema autoritario, con graves antecedentes de represión interna como la masacre de Tiananmén, y constantes violaciones a los derechos de minorías como los tibetanos, católicos y uigures. En su modelo económico, el capitalismo opera sin ética: sin derechos laborales, sin respeto por la propiedad intelectual y sin regulaciones efectivas. China no actúa como un socio leal, sino como un imperio pragmático que prioriza sus intereses, bajo la lógica de que el fin justifica los medios.
En este contexto, algunos sectores en Paraguay promueven una apertura directa hacia China Comunista, argumentando potenciales beneficios comerciales. Sin embargo, estos planteamientos omiten las profundas consecuencias institucionales y geopolíticas que tal alineación puede acarrear.
Paraguay se encuentra así ante una encrucijada histórica: elegir entre modelos de poder que representan visiones opuestas del mundo. Una decisión que no solo marcará el rumbo comercial, sino también el destino institucional y democrático del país.






